|
La historia de Francisco & Carol
Cuando llegamos al Río, Dios venía restaurando y sanando nuestras vidas, de heridas, y decepciones que sufrimos incluso aún después de aceptar a Cristo como Salvador y que nos llevaron a pensar que sólo éramos unas víctimas, por lo cual reaccionamos de una manera equivocada para evitar que nos hirieran más. Sin embargo Dios se valió de hijos suyos, llenos de amor y del Espíritu Santo para curarnos y pacientemente ayudarnos a corregir el rumbo. Eso sí, nos dejó experimentar las consecuencias de los errores que cometimos cuando, por contentarnos con modelos de liderazgo puramente humano que dejan por fuera a Cristo, acabamos permitiendo que nuestro primer amor por Él se enfriara.
Al final de ese tiempo de mucha formación, aprendimos mucho sobre la manera como Dios nos ve, sobre su amor incondicional. Parece fácil decirlo, pero puede costarnos mucho llegar a entender que las iglesias no están compuestas por gente perfecta, sino por hombres y mujeres pecadores, necesitados en todo momento de su Salvador, que sufren y necesitan ayudarse mutuamente a crecer y a depender de Dios y no de las personas.
Ese es el comienzo. Aceptar que sin Él, estamos en bancarrota. Ninguna iglesia o pastor es en sí mismo tan sabio o especial que tenga todas las respuestas o pueda considerarse mejor que las demás. Es Jesús el único que puede restaurar todas las cosas y lo que hizo al traernos al equipo de El Río fue confirmar que Él es el gran Restaurador. Cuando nadie creía en nosotros, ahí estuvo él, poniendo la gracia que tanto necesitábamos. Nos ha venido enseñando a depender de Él y a no apoyarnos en nuestra propia sabiduría o la de otras personas. El no desecha a nadie y a nadie considera un “caso perdido”. Y ese es el mismo mensaje que quiere que transmitamos a lo demás.
En la medida que empezamos a entender esto, Dios empezó a poner en orden nuestros anhelos para alinearnos con sus sueños y con su plan para nuestras vidas. Por varios años servimos como líderes de jóvenes en diferentes iglesias y estamos agradecidos por eso. Cuando llegamos “aquí” comenzó a hablar a nuestro corazón y a convencernos de que los niños también están en su prioridad, y que ese fluir de vida que veníamos experimentando, no iba a detenerse, sino que iba a continuar propagándose, en este caso, no sólo hacia los niños, sino también hacia sus padres y hacia los maestros que sirven en el ministerio, ayudándoles a crecer, a empoderarlos y desarrollar sus dones.
Este es un trabajo pastoral. Ni Carol ni yo estudiamos educación pero sentimos el llamado de Dios y la seguridad de que él se encargaría de capacitarnos, de darnos las herramientas. Más importantes que nuestros propios conocimientos son la pasión para conocerlo a Él y el deseo de hacer su voluntad. Lo demás se aprende. Yo estudié comunicación social, he escrito para televisión porque me gusta escribir, pero he ido aprendiendo y descubriendo que ese talento dado por Dios, él también quiere usarlo, si estamos dispuestos a usarlo para su gloria.
Recuerdo que cuando dos hombres de Dios procedentes de Norteamérica estuvieron de paso por la ciudad y oraron por los servidores en la iglesia, al terminar, uno de ellos (que hasta entonces no conocía) se me acercó y me dijo que había visto mi vida como la de un soldado que camina por un desolado campo de batalla procurando mantener la bandera de la causa en alto. Eso nos impactó y por mucho tiempo meditamos en esa imagen y en su significado. Hoy creo que esa visión aplica a todos nosotros. El mundo se ha convertido en muchos sentidos en ese campo de batalla, lleno de cadáveres, de descomposición, moral, de olvido de Dios.
Sirviendo como maestro de escuela dominical para los niños es fácil darse cuenta que la tecnología irrumpe en su mundo con una cantidad de juegos, aplicaciones y entretenimiento que no son malos en sí mismos, pero los hacen vivir a una velocidad tan vertiginosa, que Dios se les puede convertir fácilmente en una rutina, un ritual frío, vacío y aburrido.
Desde luego que los niños se han convertido en un sentido en nuestros maestros pero tampoco podemos olvidar que ellos necesitan aprender desde la más tierna edad quién es Dios, ese Dios sobrenatural, Todopoderoso y a la vez, ese Padre cercano, amoroso, ese Amigo que se interesa en ellos como ninguna otra persona, y cuáles son sus planes y promesas para su vida.
Tenemos la gran responsabilidad de transmitir a esta generación la pasión por conocer a Dios y servirlo, a través de un relacionarse continuo con Él, fortalecido por el estudio de su Palabra, la oración y la alabanza, entendiendo que estos tiempos son particularmente complejos y desafiantes para los niños y que debemos estar dispuestos a renovar nuestras mentes para poder cumplir eficazmente la Gran Comisión. Contamos con la guía y el poder del Espíritu Santo para soplar sobre los huesos secos de esos esquemas muertos de la educación religiosa tradicional en la que fuimos levantados y fluir como el Río de agua viva que Dios que seamos en este tiempo, para vivificar al sediento, al que sufre, al que pide respuestas mientras se hunde impotente en el pecado, el egoísmo y la muerte espiritual.
Todo esto desde luego, sólo puede lograrse de manera congruente, si nuestras propias vidas y hogares experimentan esa llenura y esa plenitud que Dios quiere que disfrutemos en Él, sin olvidar que nuestros discípulos más cercanos están en casa y que ellos, nuestras familias, nuestra esposa, nuestros hijos son los primeros en demandar tiempo de calidad. Si no vivimos y reflejamos primeramente el amor de Dios en nuestros propios hogares, será como negar nuestra fe.
Debemos recordar en todo momento, sea de triunfo o dificultad, que es Dios quien hace la obra, por su buena voluntad, y que somos sólo peregrinos, tejiendo las coronas que un día pondremos a los pies del Rey de Reyes en nuestro verdadero hogar, el cielo.
|